domingo, 13 de mayo de 2012

La última vez que vi a Bojayá



Juan Sebastián Serrano, estudiante de periodismo en la Universidad de los Andes, relató la historia de una de las sobrevivientes a la masacre de Bojayá, Chocó. La encontró vendiendo bolsas plásticas en un semáforo en Bogotá, pidió que se mantuviera su anonimato y esta es su historia diez años después de la masacre. A mí esa imagen por más que lo quiera no se me olvidará jamás. Entrar a mi pueblo, a la Bojayá de mayo de 2002 y verlo hecho ruinas, es un cuadro que llevaré en la memoria siempre. Ver cómo la iglesia a la que ibas está hecha una carnicería, que ese lugar sagrado donde habíamos colgado un telón blanco con un aviso en letras negras que decía: “siga pero sin armas”, está hecho escombros parece mentira. Y entre los escombros, ver cuerpos desmembrados y zapatos de niños. Y entre las bancas de los feligreses llenas de pedazos de un cristo roto ver también que allí están los cuerpos de tu hermano y tu padre. Yo solo oía llanto, mucho mucho llanto, y gritos, que también eran los míos. Yo digo que ese día Dios se olvidó de Bojayá.

Pero empecemos por el principio que es por donde se empieza. Bojayá es un pueblo de pescadores a orillas del Río Atrato. Fue una tierra tranquila antes de que llegara la guerra. Cuando niña los días en Bojayá se nos iban trabajando la pesca y la agricultura. Mi papá se iba desde bien temprano con mi hermano a cortar madera en el monte y llegaban rendidos cuando ya era de noche. Cada mes salíamos al pueblo a venderla y nos iba muy bien. Como nosotros, muchas familias del medio Atrato vivían de la madera. A mi mamá en cambio lo que le gustaba era trabajar la mina. Se iba semanas enteras a unas minas de oro que quedan río arriba y volvía con algo de plata. Yo más que todo me dedicaba a las cosas de la casa: alistar los desayunos, los almuerzos, lavar la ropa. Siempre he sido buena madrugadora, a las cinco de la mañana estaba ya preparando el desayuno y arreglando todo para poner a secar el pescado del almuerzo apenas se asomara el sol. Con los muchachos nos gustaba jugar lo que llamábamos Yermis. Era el gran pasatiempo. Uno encarrilaba unas tapas de gaseosa sobre la calle y después con una bola las tumbaba; el que tumbara más ganaba.

Vivíamos en una casa grande mi mamá, mi papá, mi hermano y yo. Una casa hecha de madera, como casi todas en el pueblo. No tenía televisión ni agua potable pero nunca hizo falta plátano y pescado. Pero esos tiempos tranquilos desaparecieron después. Fue llegando la guerrilla y después los paramilitares a pelearse el control de la zona. A los dos les interesaba mandar en el medio Atrato para poder meter por ahí las armas y sacar la coca. A mediados de los noventa uno ya los veía dar vueltas por el pueblo. La guerrilla, por ejemplo, empezó a hacer unas reuniones para investigarlo a uno: que si había venido el Ejército, que quién había estado visitándonos antes de ellos. Llegaban a las fincas y sacaban lo que necesitaban. A nosotros se nos llevaron unas gallinas y varias veces se llevaron plátanos. Llegaban a las tiendas, "que necesitamos esto y aquello" y así sin más, se lo llevaban. Después se metían selva adentro.

Una vez mi papá se metió en problemas con los de la guerrilla porque hacía como un mes había llegado el Ejército y le habían pedido prestada una olla express. Yo no sé cómo llegó eso a oídos de la guerrilla pero lo iban a matar por haber prestado esa bendita olla. Cuando mi papá sentía que ellos llegaban cogía para el monte a esconderse. Recuerdo una vez que la guerrilla llegó y mi papá no alcanzó a volarse y le tocó meterse en un chifonié y la guerrilla a preguntarnos que dónde está Afrany, que necesitamos hablar con él. Lo buscaron por debajo de las camas pero no les dio por abrir el chifonié; ahí se estuvo calladito hasta que se fueron. Y los paracos también llegaban de vez en cuando. Lo que más hacían ellos allá era que si una mujer les gustaba, esa mujer tenía que caminar con ellos y ahí entre todos la cogían, la violaban, hacían lo que a ellos les daba la gana con ella. Pero saber si eran guerrillos o paracos no era tan fácil, llegan así y uno no sabe ni quiénes son.

La guerrilla varias veces intentó llevarme. Yo tenía unos 15 años cuando lo intentaron la primera vez, pero mi mamá me mandó para donde una tía en Quibdó y allá estuve estudiando dos años. En Quibdó hice hasta tercero de primaria y no volví nunca más a estudiar. Cuando regresé otra vez me buscaron, pero yo ya estaba embarazada de Diana Marcela y entonces ya dijeron que no, que ya así no les servía. Del Ejército puedo decir que siempre se portaron muy bien con nosotros, nos protegían, pero no estaban permanentemente en el pueblo; los llamaban que los necesitaba en otro lado y esa noche nos sentíamos solos. Se sentía el miedo, esa noche nadie dormía. Si se escuchaba el ladrido de un perro en la noche, uno pensaba que era la guerrilla o los paras los que habían llegado.

Los meses pasaron y la guerra fue tocándonos más cerca. A un tío lo mataron a garrote los paracos; nunca supimos si lo enterraron en alguna fosa o simplemente lo botaron al río como a muchos. Ya en el 2000, no creo que hubiera familia en Bojayá que no cargara el dolor de haber perdido a un ser querido. Pero y así vendrían cosas peores. Yo, esa mañana de mayo de 2002 la tengo fresca en mi memoria. Ya tenía 22 años, y además de Diana Marcela, tenía ya a Natalia y Steven; y en la barriguita siete meses de María Camila. Yo estaba en el río preparando un pescado para el almuerzo, cuando de repente empecé a escuchar ráfagas de disparos. Las cosas entre los paras y la guerrilla en esos primeros meses estaban muy calientes. Era a sangre y muertos que se peleaban por un pedazo de tierra o un paso por el río.

Hacía ocho días la guerrilla había estado en el pueblo y nos habían reunido en una casa grande a decirnos que no le paráramos bolas a los paracos y que tuviéramos esa lengua quieta. El párroco del pueblo, el padre Antún y otros líderes del pueblo trataban de movilizar a la población para que resistiera al conflicto de forma pacífica. Les leían a los armados un documento llamado Declaratoria de Autonomía, en el cual le exigíamos como comunidad el respeto por la población civil. También se habían colgado en la iglesia del pueblo unas banderas blancas y a la entrada ese cartel que decía: “siga pero sin armas”. Era nuestra forma de resistir, aunque servía de muy poco. Cada día se regaba más sangre.

El día anterior a la masacre, al otro lado del río, en Vigía del Fuerte, había habido un enfrentamiento duro. En la mañana, a medida que los disparos arreciaban, la gente se atrincheró en la Casa Cural y en la Iglesia de Bojayá porque pensaron que allá estarían más protegidos. Fue en esos lugares donde pasaron la noche. En mi familia optamos por quedarnos en la casa a esperar que se acabaran los disparos, pero eso no pasó. Seguían disparando hasta cuando llovía. Cuando la guerra es pan de todos los días, uno le va perdiendo el miedo a muchas cosas. La mañana siguiente de ese enfrentamiento muy cerca de Bojayá, mi hermano y mi papá estuvieron selva adentro trabajando la madera y yo estuve a orillas del río. En esas estaba cuando empecé a escuchar de nuevo el fuego cruzado. Ráfaga tras ráfaga. Yo del miedo que sentí y al escuchar la constancia de las balas, fui incapaz de subir hasta el pueblo… y eso que allá estaban mis hijos. Dios me perdone. Lo que hice fue coger mi canoa y cruzar el río hasta Vigía a esperar allí mientras todo pasaba. De repente escuché una explosión, un sonido muy fuerte que se debió haber oído en toda la selva chocoana. Empecé a temblar. Solo pensaba en que sería de mis hijos. A los pocos minutos, ya desde el otro lado del Atrato, sentí un segundo totazo. Y después del segundo, el tercero. Sólo imaginarme que a algunos de los míos les había pasado algo me mataba. El fuego no paraba. Empezaron a cruzar lanchas repletas de gente guiados por el padre Antún en las que se agitaban camisetas blancas. La gente cantaba pidiendo respeto.

Pregunté qué había pasado, que qué habían sido esas tres explosiones. Bombas, me dijeron, reventaron el pueblo a bombas, una de ellas en la iglesia, fue una matazón. A medida que más lanchas llegaban con más heridos y que el enfrentamiento se ponía peor, se escuchó un cuarto bombazo. Afortunadamente, en uno de los botes que estaba llegando alcancé a ver a mi mamá y mis tres hijos completamente a salvo. Me hice una cruz, bendito sea mi Dios. Pregunté que si sabían algo de mi hermano y mi papá y me dijeron que no. Como otros, quería ir a buscar a mis familiares, pero el pacto al que habíamos llegado es que nadie regresaría hasta que el fuego terminara. Así pasaron esas horas, estuvimos toda la noche despiertos. A la mañana siguiente dejaron que un grupo fuera a Bojayá a identificar los cadáveres y a ayudar a los heridos. Yo tenía miedo de que algo le hubiera pasado a mi hermano y a mi papá, así que me ofrecí como voluntaria para volver a Bojayá.

Entramos al pueblo y me ataqué a llorar. Bojayá estaba semidestruida. Centenares de muertos, pedazos de órganos, un muchacho atravesado por una varilla en el estómago, brazos sin dueño, la iglesia hecha trizas. Allí estaba el cuerpo de mi papá y mi hermano. Casi me enloquezco, sentía rabia. Ahí mismo quería que me mataran. Me contaron que por los enfretamientos, Yesid y Afrany (mi hermano y mi papá) habían vuelto del monte. Se metieron a la iglesia pensando que ahí nada les pasaba. Pero una gente que nunca mereció nacer les estalló una pipeta llena de explosivos. Nos tuvimos que ir después de un rato porque el sonido de las balas se volvió a escuchar. Fue la última vez que los vi. A ellos y a Bojayá. A los pocos días, con mi mamá, mis tres hijos, un sobrino nos fuimos hasta Quibdó. Yo tenía siete meses de embarazo… y con ese dolor. Allá buscamos a una tía que nos dio techo por unos días. Hablamos con una prima en Bogotá que hacía muchos años se había ido del Chocó y fue ella quien nos mandó los pasajes para viajar a Bogotá. El resto es lo que ustedes ya han visto en los semáforos. Me gano la vida vendiendo bolsas en las calles. Al principio el Distrito nos ayudó con tres meses de mercado y tres meses de arriendo pero no fue más. Después fuimos a dar al Parque Tercer Milenio porque no nos alcanzaba para pagar el arriendo de nuestro bolsillo. Uno ahí prácticamente está durmiendo en la calle y es difícil acostumbrarse al frío.

Soy una desplazada por la violencia y no es fácil hacerse a la idea. No me quiero quejar, pero antes de la guerra allá vivíamos una vida digna. Ahora tenemos una pieza en arriendo en el barrio Altos de Cazucá y un montón de problemas. Allá viven muchos de las autodefensas. De hecho, hace ocho días hicieron una reunión para decirnos que el barrio se había llenado de mucha gente de color y dijeron que andaban “mirando las caras de los negros de aquí del barrio”. Ellos tienen entre ojos a mi sobrino. Hace unos días metieron una carta por debajo de la puerta, que a él había que sacarlo del barrio. La carta decía: “Si su hijo es un muchacho normal no tiene por qué andar a las 10 de la noche en la calle”. Lo que pasa es que él estudia por las noches. Eso nos tiene muy pendientes, pero para dónde lo vamos a mandar. Eso sí, la vida me ha probado más de una vez y yo no me voy a dejar. Tengo 28 años y yo sigo adelante por esos niños, esos cuatro hijos son mi bendición.

Sueño con darles muchísimo estudio a mis hijos. Actualmente van a un colegio allá en el barrio, el Colegio Pies Descalzos… el de Shakira. Esa niña se ha portado muy bien con nosotros, nos ayuda hasta con los libros. Mis hijos todavía tienen el trauma del conflicto. Por las calles que yo me muevo pasan muchos militares porque queda muy cerca de un batallón, y cada vez que pasa un uniformado, los nervios los matan. Ven que por la otra calle va un uniformado y no la cruzan. A veces me ayudan a vender bolsas en los semáforos y varias veces el Bienestar Familiar ha intentado quitármelos, no porque los maltrate sino porque los tengo aquí en la calle conmigo. La Policía llega y se los lleva para la Cardioinfantil en San Cristóbal y le hacen una visita a uno y depende en las condiciones que uno los tenga, el trato que unos les dé, los recupera. Como si fuera culpa nuestra que estuviéramos aquí en estos semáforos. La otra vez pasó una señora y me dijo, ay, usted en todo semáforo está. Yo sé que eso es muy incómodo, muy fastidioso pero qué hace uno, ¿quedarse en la casa aguantando hambre?

lasillavacia.com

jueves, 3 de mayo de 2012

Historia de una Masacre


La masacre de las Bananeras fue un episodio que pasó en Colombia en el municipio de Ciénaga el 6 de diciembre de 1928 cuando un regimiento de las Fuerzas Armadas de Colombia abrió fuego contra un número indeterminado de manifestantes que protestaban por las pésimas condiciones de trabajo en la United Fruit Company. Varias versiones afirman que la huelga transcurrió de forma pacífica, no obstante sí contaba con un nivel de organización y apoyo popular inédito. Los altos representantes de la bananera movieron sus influencias en el gobierno logrando que se trasladara un contingente de soldados, al mando del General Carlos Cortes Vargas.

Los 58 mil huelguistas tenían a su favor la simpatía de la población y del propio Alcalde, de los indígenas de la Sierra Nevada, de los comerciantes y algunos ganaderos que les enviaban reses para su manutención. Y algo inusitado, por lo contrario a las ideas generalizadas, fue el hecho de que muchos trabajadores norteamericanos se solidarizaron con ellos. Se sabe, también, que hubo deserciones individuales y de grupo en el primer tiempo de la huelga, en el que obreros y soldados confraternizaron, razón por la cual los militares tuvieron que reemplazar los contingentes y mantenerlos acuartelados.

El 15 de diciembre fue el día fijado para negociación de los 9 puntos del pliego de exigencias de los trabajadores. Se estima en 5000 los trabajadores que estaban en la plaza cuando fueron rodeados por unos 300 hombres armados. Contaban los sobrevivientes que después de un toque de corneta el propio Cortes Vargas dio la orden de fuego por 3 veces. Nunca se supo a ciencia cierta la cifra real de muertos. Las narraciones populares orales y los documentos escritos dan cifras de entre 800 a 4 mil asesinados, y agregan que los botaron al mar.
Según la versión oficial del gobierno colombiano del momento sólo fueron nueve. Otra versión es aquella contenida en los telegramas enviados el 7 de diciembre, un día después de la masacre, por el consulado de Estados Unidos en Santa Marta al Departamento de Estado de los Estados Unidos, donde inicialmente se informaba que fueron cerca de 50 los muertos. Más tarde en su comunicado del 29 de diciembre indicó que fueron entre 600 y 500, además de la muerte de uno de los militares. Por último en su comunicado del 16 de enero de 1929 indicó que el número excedía los 1.000. Según el consulado, la fuente de dichas cifras fue el representante de la United Fruit Company en Bogotá.

Aquel fue el“bautizo de fuego” de la clase trabajadora colombiana. Vinieron los Consejos de Guerra, posteriores asesinatos selectivos de otros líderes y cárceles para los dirigentes nacionales y locales.

El general Cortés Vargas, comandante de las fuerzas del Magdalena y quien dio la orden de disparar, argumentó posteriormente que lo había hecho, entre otros motivos, porque tenía información de que barcos estadounidenses estaban cerca a las costas colombianas listos a desembarcar tropas para defender al personal estadounidense y los intereses de la United Fruit Company, y que de no haber dado la orden, Estados Unidos habría invadido tierras colombianas (esto por la potestad que se les otorgaba a las fuerzas armadas de Estados Unidos a través del Corolario de Roosevelt). Esta posición fue fuertemente criticada en el Senado, en especial por Jorge Eliécer Gaitán quien aseguraba que esas mismas balas debían haber sido utilizadas para detener al invasor extranjero.

Viendo esta respuesta violenta, se produce la desbandada de los trabajadores y una rápida negociación, y como resultado de la misma aceptan recortar por mitad los salarios. La difusión de la masacre fue amplia en los medios de comunicación de la época, y provocó innumerables debates éticos y políticos. El más llamativo fue el organizado por el Partido Liberal que envió a Gaitán al lugar de los hechos para realizar una investigación detallada de lo sucedido. De regreso presentó su informe al Congreso, donde se generó un intenso debate en relación a la decisión de disparar a una manifestación desarmada donde se encontraban mujeres y niños. Otro de los temas discutidos fue la influencia de las multinacionales en las altas esferas del gobierno, en especial de la United Fruit Company a quién se le logró demostrar relaciones directas con el general Cortés Vargas.

jueves, 26 de abril de 2012

Frases Célebres


Colombia es un país en el que se escuchan con frecuencia frases que, ya sea por su creatividad, ocurrencia, irreverencia o despropósito, se convierten en verdaderos íconos de nuestro lenguaje criollo. Por eso, a propósito de la “ultima perla” que lanzó la canciller de Colombia, Maria Angela Holguín, he querido hacer una pequeña recopilación de las que recuerdo. Si se me queda alguna en el tintero, les agradecería su colaboración:



“Es mejor ser rico que pobre.” Pambelé. Esta es una de las más conocidas frases de la lógica Pambeleiana.

“Perder es ganar un poco.” Francisco Maturana. “El filósifo de Yondó” sorprendió al país con esta frase, luego del fracaso de la Selección Colombia en el mundial de fútbol de Estados Unidos en 1994.

“Donde lo vea, le doy en la cara… marica.” Alvaro Uribe. Así le dijo a alias “La Mechuda” en una grabación que se filtró a los medios de comunicación.

“Sólo los idiotas no cambian de opinion cuando cambian las circunstancias.” Juan Manuel Santos. Fue una de sus más celebres frases en tiempos de campaña para la presidencia del 2010.

“Aquí estoy y aquí me quedo.” Ernesto Samper. Dijo esto a propósito del proceso 8.000, que casi lo tumba del gobierno.

“Para venir a Chaparral no necesito visa.” Ernesto Samper. Así respondió el ex-presidente cuando el gobierno estadounidense le anuló la visa al comprobarse que dineros del narcotráfico entraron a su campaña presidencial. Aquel día él se encontraba en esta población del Tolima.

“Colombia no está apartada del mundo, es el mundo el que está apartado de Colombia.” Gabriel Silva Lujan. La mentalidad parroquial del ex-ministro de defensa y ex-embajador en Estados Unidos salió a flote con esta insólita frase.

“Hay que reducir la corrupción a sus justas proporciones.” Julio César Turbay. El cinismo de la clase política colombiana no tiene límites. El ex-presidente admite que está bien robarse los dineros públicos, siempre y cuando no sea mucho.

“Defendiendo la democracia… maestro.” Coronel Plazas Vega. El día del Holocausto del Palacio de Justicia, cuando el ejército hizo una retoma a sangre y fuego cuyas heridas aún no cierran.

"Yo no soy un hombre, soy un pueblo. Y el pueblo es mayor que sus dirigentes." Jorge Eliécer Gaitán. Una de las frases más recordadas e históricas de “El caudillo” liberal.

“El señor no pregúnta de dónde vienen las limosnas para su iglesia.” Cardenal Darío Castrillón. Así sacó de taquito las indagaciones sobre la financiación del narcotráfico a proyectos que realizaba la iglesia de Risaralda en tiempos de Pablo Escobar.

“Yo no tengo por qué respetar tratados de Ginebra porque yo no he firmado eso.” Tirofijo. La mentalidad campesina y retardataria de Manuel Marulanda salió a flote con esta particular frase.

“Preferimos una tumba en Colombia que una cárcel en Estados Unidos.” Los Extraditables. Este era el lema de Los Extraditables, que pusieron en jaque al Estado colombiano a finales de los ochenta y principios de los noventa.

Plátano

domingo, 22 de abril de 2012

La Marcha Patriótica


Respecto a la reunión del Movimiento Marcha Patriótica que se realizará este fin de semana en Bogotá hay que dar por descontado dos cosas: una es que se trata de organizaciones civiles que vienen de todos los territorios y que tienen el legítimo derecho a expresar incluso sus posiciones más radicales. Lo segundo es que la mayoría de ellas tienen una afinidad histórica con las Farc. Por lo menos con su ideario y su lenguaje, aunque no necesariamente con sus métodos de lucha.


Si estas dos premisas se establecen de antemano se cierra el paso a los debates equivocados y de doble moral que se plantean de un lado y otro. De parte del Ejército, cuando dice que la Marcha está “infiltrada” por la guerrilla lo que no necesariamente es exacto; y de parte de los organizadores que alegan una estricta autonomía del movimiento.
La Marcha Patriótica reunirá a más de 3.000 delegados de diversas organizaciones sociales y políticas que vienen de territorios donde la guerra ha sido brutal y que viven con el conflicto a cuestas cada día. Campesinos de las Zonas de Reserva como la del Valle del Río Cimitarra; la mitad de la directiva de la Mane, – organización estudiantil que sorprendió al país el año pasado-; víctimas, indígenas, afros, y también sectores políticos. Varias corrientes del Polo Democrático Alternativo, especialmente aquellas que provenían del Partido Comunista, y la corriente de Piedad Córdoba en el Partido Liberal.
La pregunta que deben responder los miembros de la Marcha Patriótica no es si las Farc hacen parte de ella; sino si este es un tanteo para abrirse a un proceso de paz o la re-edición de la vieja y perversa fórmula de combinar las formas de lucha para seguir en la guerra.
La idea de la Marcha es discutir una plataforma política revolucionaria. Sus organizadores dicen que no se trata de una nueva UP, y en parte tienen razón. La gran diferencia es que mientras aquella era un partido legal y con vocación electoral, que nació de un acuerdo de paz, esta es hasta ahora un movimiento político concebido para la movilización y que aspira más bien a confrontar al sistema que adherir a él. No en vano, el Polo Democrático Alternativo declinó apoyar la Marcha como tal, lo cual ha creado un pequeño sisma adentro de ese partido.
Unos la ven como una simple reedición de la añeja y explosiva fórmula de combinar las formas de lucha. Otros como una avanzada para poner a prueba que tanto espacio político está dispuesto a darle el establecimiento a las Farc si es que se desmovilizan. Todavía está por verse si se trata de lo uno o de lo otro.
Por eso la Marcha Patriótica es una prueba ácida para Santos, si es que en serio quiere hacer la paz.  El gobierno tendrá que probar que los tiempos han cambiado y que la democracia de hoy tolera todas las manifestaciones políticas, incluso las más radicales. Debería cuidarse de la estigmatización y el señalamiento que  no hace más que alentar la violencia. Pero ésta también es una prueba para el movimiento insurgente, que debería haber aprendido que la combinación de las formas de lucha debilita a las organizaciones sociales en lugar de fortalecerlas, y las pone en riesgo.
La Marcha Patriótica tiene un significado político muy importante en esta coyuntura.  Primero porque después del gobierno de Uribe, que aplastó cualquier expresión de izquierda radical, la gente vuelve a sentir la posibilidad de expresarse. Segundo porque es la prueba viva de que hay un país, lejos de las urbes, que vive el conflicto y tiene unas demandas y reivindicaciones muy sentidas y que no han sido atendidas por el Estado. Y que la gente, mientras esté desarmada, tiene derecho a expresar sus ideas de país, por radicales que estas sean. Así debería entenderlo Santos.
Corporación Arco Iris

martes, 17 de abril de 2012

¿Para qué sirvió La Cumbre?




La Cumbre de las Américas en Cartagena pasará a la historia seguramente como la última de esta especie. Lo que en 1996 fue una idea de Clinton para la creación del ALCA (Area de Libre Comercio de las Américas) se irá al traste por las posiciones políticas diversas que existen entre los países de América. De hecho, el ALCA ya se había ido “Al Carajo” en la cumbre de Buenos Aires. La cumbre fue un fracaso porque no hubo consenso en la declaración final ni en el espinoso tema de integrar a Cuba. En esto no coincido con quienes aseguran que Estados Unidos ha perdido influencia en la region, pues le basta estar solo, no tener ningún aliado (a excepción de Canadá) para bloquear cualquier comunicado que vaya en contra de sus intereses. Lo de Cuba es un imposible, el caso de las Malvinas ni siquiera fue mencionado por Santos y en el tema de las drogas quedó en una especie de “promesa” de que la OEA (otro cadaver) estudiará diferentes alternativas para abordar el problema. Esto sin decir que la OEA no camina sin el consentimiento norteamericano. Tiene razón Nicolás Maduro al decir que “Estados Unidos está solo”, pero la verdad, no necesita a nadie para hacer lo que se le venga en gana. Y la amenaza del ALBA de no asistir, al final fue casi un hecho concreto ante la no asistencia de Daniel Ortega, Rafael Correa y Hugo Chávez. 

La verdadera cumbre que puede producir resultados concretos fue La Cumbre Empresarial, en la que asistieron cerca de 700 empresarios, todos ellos haciendo sus negocios y al final mostrando gran satisfacción. Con este tipo de negociaciones entre las empresas de los países es que se avanza en la verdadera integración económica que necesita América Latina, que la blinde de los problemas que azotan el primer mundo. 




¿Liderazgo de Colombia?

Los medios de comunicación colombianos han hecho su propio “show”, al igual que lo hizo el gobierno gastandose una fortuna en la dichosa cumbre. Han servido casi de plataforma de lanzamiento para la reelección de Santos mostrándolo como un genio y un líder de la region. ¿Será que los demás países latinoamericanos nos ven como un país líder? Santos es más modesto y dice no considerarse un lider, sino un “Puente” (por eso sera que nos pasan por encima) entre América Latina y Estados Unidos. Ese Puente está quebrado. Por otro lado, siguen existiendo diferencias entre los mismos países latinoamericanos que nos alejan de una verdadera integración económica, cultural y política. ¿Por qué Dilma Rousseff canceló su encuentro con Santos a última hora? Argumentó estar cansada. No le creo.

Posicionamiento de Marca

Queda la impression de que la cumbre de las Américas fue un escenario especial de relaciones públicas en la que Colombia buscó a toda costa (y todo costo) mejorar su imágen y mostrarse como un lugar favorable a empresarios extranjeros que quieran invertir su dinero en el país. Sin embargo, esto no puede llamarse liderazgo, sino una oportunidad de lucirse como el anfitrión de la fiesta y sellar acuerdos de orden estrictamente comercial. En ese sentido, la cumbre le ha salido bien al gobierno de Santos. Ha servido como el evento que le dió la partida al TLC (comenzará el 15 de mayo) y como lombríz de cebo, hemos picado el anzuelo y logrado 10 años para visas a Estados Unidos. Algunos estarán felices por eso. Era algo que se venía exigiendo desde hace tiempo por parte de algunos sectores. 


Cartagena, ocupada


Se habla poco del maltrato al que fueron sometidos muchos de los Cartageneros por motivo de la Cumbre. Se pueden alegar razones de seguridad pero sin duda se cometieron excesos, no solamente sacando a empujones a los “indeseables” que afeaban el escenario, sino a vendedores ambulantes y trabajadores de diferentes hoteles y restaurantes a los que se les fue negada la posibilidad de trabajar durante esos dias. Hay que decir que muchos de los cartageneros viven del “rebusque” y no trabajar un dia significa, sencillamente, no comer. Este fue un aspecto más para recalcar que a Santos se le fué la mano en su show. ¿Cuánto costó la pasada cumbre en Trinidad y Tobago? ¿Cuánto costó nuestra cumbre? Esto sin mencionar el vulgar atropello a que fueron sometidos algunos de los sitios históricos de "La Heróica" siendo cubiertos con cualquier tipo de publicidad, siendo esto un hecho ilegal además de irrespetuoso con la ciudad.

Al final, los temas realmente importantes para América Latina como la pobreza, la desigualdad, el desarrollo, la violencia y el narcotráfico son opacados por los medios de comunicación con ridiculeces como “a Shakira se le olvidó el himno” o “los gringos se fueron donde las putas y no pagaron”. Temas sin ninguna importancia ni trascendencia con los que siempre se distrae la atención de los debates verdaderamente importantes. 

Plátano

sábado, 14 de abril de 2012

Lleras 2.0



Hace unos dias se aprobó en el congreso de la república una ley que fue bautizada por los opositores de la misma como “Ley Lleras 2.0”. El año pasado  se intentó aprobar en el congreso una ley que regulaba la circulación de contenidos en internet y buscaba blindar los derechos de autor y propiedad intellectual, haciendo casi inaccessible los contenidos artísticos y de entretenimiento por medios informáticos para el grueso de la población. La ley se cayó, pero esta semana se ha aprobado un remedo de esta, con la misma filosofía, en un espectáculo bochornoso e indigno muy propio del congreso colombiano.

Indigno por la rapidéz en que se aprobó, casi a pupitrazo, sin realizar un debate profundo sobre un tema tan complejo como los derechos de propiedad intelectual. La razón: al parecer la puesta en marcha del TLC con Estados Unidos está condicionada por la modificación de la legislación de Colombia en este tema. Estados Unidos no se toma “La SOPA” (el congreso norteamericano tumbó una ley similar en ese país), pero Colombia tiene que dejarse “Meter los Dedos” de Vargas Lleras.Internét es mucho más que redes sociales. Es un verdadero espacio de conocimiento en el cual podemos compartir todo tipo de información y entretenimiento y debe ser protegido como lo que es. Con la implementacion de “Lleras 2.0”, se criminalizan acciones como retransmission de television por internet, descarga de archivos de todo tipo y se aumenta los tiempos del monopolio sobre la propiedad intelectual. ¿Qué pasa con la libertad de expression en la red? A todas estas acciones se les aplicaría cárcel y código penal, en un país que vive una realidad diferente que hace muy dificil para el grueso de la población acceder a gran parte de la información disponible en la red.


No obstante, aún hay esperanza. La ley ha sido tramitada a los trancasos, por lo cual tiene algunas inconsistencias que la hacen inconstitucional.  No se tramitó en las comisiones del senado y cámara correspondientes a asuntos de propiedad intelectual. Además la ley plantea una modificación del código penal, lo cual exige un trámite en las comisiones correspondientes. La Corte Constitucional, en su infinita sabiduría, deberá tumbarla y el TLC con Estados Unidos tendrá que esperar. Esta es una de las consecuencias de tener un congreso de “Unidad Nacional”, sin oposición, en donde no se debate y se aprueban las leyes según los mandatos de La Casa de Nariño, que a su vez parece obedecer a otros intereses particulares. “Ni en los tiempos del Ubérrimo se veía tal desastre”.



Platanón.

miércoles, 11 de abril de 2012

La Revolución no Será Televisada


Diez años después:

La revolución no será trasmitida (Chávez: Inside the Coup, en el original inglés) es un documental del año 2003 acerca de los sucesos de abril de 2002 en Venezuela, donde el presidente Hugo Chávez fue derrocado y retornado al poder en un lapso menor a 72 horas, un suceso extraordinario y único en la historia de la América Latina. Con especial énfasis en el papel desempeñado por medios de comunicación privados de Venezuela, la película examina varios incidentes clave: la marcha de protesta y la posterior violencia que proporcionó el impulso para la destitución de Chávez, la oposición de la formación del de un gobierno provisional encabezado por el líder empresarial Pedro Carmona  y el colapso de la administración, lo que allanó el camino para el regreso de Chávez. La revolución no será transmitida "fue dirigido por los cineastas irlandeses Kim Bartley y Donnacha Ó Briain.


Un grupo de televisión irlandés —la Radio Telefís Éireann— se encontraba en el lugar (Palacio de Miraflores) cuando explotó el foco del conflicto con el despido de la plana mayor de PDVSA, se mantuvieron en los días de huelga general grabando a los partidarios y al gabinete de Chávez, y los sucesos del 11 de abril. Durante el rodaje del film, quedaron plasmadas imágenes que corroboran la tesis de Golpe de Estado, dejando de lado las explicaciones (posteriores) que se referían a un vacío de poder. La conclusión del documental es que el golpe de estado fue planeado y llevado a cabo por un sector de la derecha venezolana y con acción externa por parte de Estados Unidos y los medios de comunicación de Venezuela.


Ver Documental

martes, 10 de abril de 2012

El círculo de conspiraciones sobre el 9 de abril de 1948


Dentro del reino de la crispación política colombiana y en el contexto de la Guerra Fría entre las potencias aglutinadas en el campo socialista y capitalista, la hipótesis sobre el crimen de Jorge Eliecer Gaitán, mutaron desde la teoría del criminal anónimo y solitario, encarnado en Roa Sierra, a la amenazante conspiración internacional, urdidas por el comunismo presidido por el régimen de Moscú.
El gobierno de Mariano Ospina Pérez acogió los señalamientos sobre el comunismo internacional y expresó que poseía pruebas de que agentes de ese sistema político tenían responsabilidad directa en los actos de violencia que sacudieron a Bogotá.
Adicionalmente, el gobierno confirmó la detención de varios extranjeros vinculados a la creación de los actos de anarquía, pero de manera curiosa nunca reveló ante la prensa internacional acreditada en Bogotá para la IX Conferencia Panamericana, los nombres de los individuos sospechosos y tampoco ofreció detalles reveladores sobre las acciones delictivas imputadas. 

De manera curiosa, varias voces del conservatismo habían advertido el 15 de noviembre de 1947, la gestación de un plan subversivo para torpedear la cumbre interamericana. Y el 13 de febrero de 1948, dos meses antes de iniciarse la conferencia, el periódico La Patria de Manizales destacó en sus noticias que Jorge Eliécer Gaitán había recibido dinero de la Unión Soviética para organizar actos de sabotaje contra la cita continental de mandatarios.
De hecho, el fantasma del comunismo recorría los titulares de la prensa internacional. Y en Colombia la edición del diario El Tiempo del 9 de abril de 1948 destacaba en sus páginas de información General Cablegráfica, suministrada por las agencias de prensa de la United Press y la France Presse, acerca del descubrimiento de un vasto plan subversivo comunista hallado en Brasil y las tácticas expansionistas de la Rusia Soviética sobre Francia.
Colombia no escapaba a las tensiones del orden internacional surgido de la postguerra europea, y el Plan Marshall se convertía en la rampa de lanzamiento de la conquista norteamericana de los mercados de la Alianza Atlántica.
También desde Francia se barajaban hipótesis sobre el drama colombiano. Un ejemplo de ello es que la prensa del país galo no escatimó esfuerzos en considerar que los acontecimientos de Bogotá constituían una oscura y efectiva maniobra comunista para hacer fracasar la IX Conferencia Panamericana.
La teoría de la conspiración ganó nuevos y poderosos adeptos dentro de la prensa de capitales como Buenos Aires, Río de Janeiro, Londres y Caracas. En todas ellas, tanto los periódicos como las emisoras, amplificaron el coro internacional del largo brazo de Moscú como el responsable de haber incubado el germen de la conjura anarquista en los tristes y confusos sucesos del 9 de abril.
Pero tampoco las autoridades colombianas se iban a quedar cortas de vuelo en la construcción de las pistas que condujeran a capturar a los autores del magnicidio. Y sin lugar a dudas, la tesis de la intromisión extranjera desde la perspectiva de las tierras de Gonzalo Jiménez de Quesada, alimentó con nuevas y audaces premisas el imaginario policíaco sobre el caso Gaitán.
La más elaborada y sutil de ellas, documentada por las autoridades de ese periodo y publicada en los periódicos de ese año, da cuenta de encuentros furtivos y sospechosos observados en el Café Colombia por experimentados funcionarios del Ministerio de Justicia en horas previas al crimen. Los curtidos y dedicados empleados públicos se ubicaron cercanos a una mesa ocupada por cuatro inviduos que susurraban palabras en voz baja y que nunca perdieron de vista el edificio que albergaba las oficinas de Jorge Eliécer Gaitán.
El olfato policíaco de los oficinistas del Ministerio de Justicia los hizo intuir que dos de los sigilosos y discretos sujetos eran extranjeros por el rudo e incomprensible acento de sus palabras. A pesar de la barrera lingüística y de la ininteligible conversación sostenida por los agentes extranjeros, los funcionarios colombianos escucharon reveladoras frases que hablaban de explosiónes letales y celadas funestas contra el líder carismático del Partido Liberal.
Las enormes dificultades investigativas que enfrentaban los investigadores del caso los llevaba con frecuencia a deshechar sus originales y complejas hipótesis para acogerse a nuevas y atrevidas suposiciones criminales. La última de ellas promovía la conjetura probable, según las cuales, Juan Roa Sierra fue visto en compañía de un alcalde de una población vecina a Bogotá y por efecto del alcohol pronunciaron palabras que guardaban relación con el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán.
Las autoridades de la época sí pudieron comprobar con rigor que Juan Roa Sierra compró por $75 un revólver a Enrique Rincón, que había conseguido los proyectiles con Enrique Ibañez y lo vieron reunido con varias personas en el Café Gato Negro en los días previos al magnicido.
Lo más sorpredente es que debieron transcurrir varias décadas para que en 1982 se conociera sobre una investigación secreta realizada por el Departamento de Estado de los Estados Unidos acerca del asesinato de Gaitán y en la que se evidenció la falta de pruebas sólidas para responsabilizar del asesinato a los comunistas colombianos o extranjeros.
En el libro Documentos de la Embajada, 10 años de la historia colombiana según diplomáticos norteamericanos (1945-1953), su autor David Fernando Varela sostiene que Washington no estuvo satisfecho con la tesis del complot comunista porque “minimizaba la participación de gaitanistas y estudiantes izquierdistas en los disturbios”.
Según Varela, a pesar de que los funcionarios del Departamento de Estado no desestimanla participación de la izquierda internacional en los hechos del 9 de abril, igualmente no descartan que el partido liberal “cuenta con elementos tan violentos como los comunistas y ellos pudieron estar activos en Bogotá entre el 9 y el 11 de abril”.
Hasta ahora, lo único cierto es que a través de estos años de historia, el magnicidio de Jorge Eliécer Gaitán es un secreto que Juan Roa Sierra, el autor material del asesinato, se llevó a la tumba.
El complot de los rosacruces
Lo cierto es que después de los acontecimientos, se supo muy poco sobre la vida de Juan Roa Sierra y de los intereses que hubieran podido motivar al hombre que apretó al gatillo para llevar a cabo el magnicidio político más importante y doloroso del siglo XX en Colombia.
La leyenda criminal, tejida alrededor de su personalidad misteriosa y de su final trágico a manos de una turba enardecida que linchó su cuerpo, lo sitúan en el sombrío mundo de la religión Rosacruz, la conocida orden esotérica cuyos orígenes datan del siglo XVII, pero que fue fundada por Christian Rosenkreuz, un reconocido caballero del siglo XV.
En la diligencia meticulosa del levantamiento del cadáver de Juan Roa Sierra, adelantada en el atardecer del 9 de abril por Jorge Ignacio Cadena, Secretario del Juzgado Permanente, se retiró de la mano derecha del cuerpo un anillo de metal blanco que tenía incrustada la insignia de la muerte, representado con la imagen de una calavera sobre dos fémures cruzados encerrados en una herradura, un signo revelador de la buena suerte, tan lejana a su vida infortunada.
Los hermanos mayores de Roa Sierra, Manuel Vicente y Rafael, aparecieron temerosos ante las autoridades militares y en sus rostros delataban la penosa y triste travesía en juzgados y cementerios para identificar el cuerpo de su familiar.

En el duro trance del levantamiento del cadáver, los funcionarios del Juzgado Permanente Central, levantaron un capote impermeable y los hermanos Roa Sierra vieron por primera vez el cuerpo desnudo de su hermano con una corbata en el cuello.

Observaron con horror el rostro desfigurado y parpadearon con sorpresa cuando miraron su cuerpo y lo encontraron intacto. Carecía de heridas y hematomas. Los peritos les dijeron en tono compasivo que la muchedumbre que arrastró el cuerpo hasta Palacio no se había ensañado contra el cadáver de Juan sino contra su cara.
Agregaron además, que esa conducta podía explicarse porque la gente que lo linchó en San Francisco huyó del lugar y otros sublevados lo recogieron muerto y después lo arrastraron hacia las calles cercanas a Palacio.
Manuel Vicente y Rafael confesaron en en el proceso de indagatoria que vivían alejados de Juan Roa Sierra y que su hermano menor viviá con su madre Encarnación de Roa en el barrio Ricaurte. Dijeron también que había nacido el 24 de noviembre de 1921 en Bogotá, en el seno de una familia de 14 hijos.
La noticia del crimen cometido por su hermano sorprendió a Manuel Vicente y a Rafael mientras atendían sus actividades de ganadería y en el transporte como conductor de un taxi rojo en la ciudad, respectivamente.
En sus confesiones abrieron la intimidad de Juan Roa Sierra a las autoridades cuando sometidos a la presión de los investigadores que adelantaban las diligencias, declararon que su hermano menor frecuentaba en una pieza arrendada de la casa a una amante conocida con el nombre de María de Jesús Forero.
La sorpresa de los jueces de instrucción criminal encargados del caso fue mayúscula al escuchar de los labios de sus hermanos de sangre que Juan Roa Sierra tenía una hija de tres años como fruto de esa relación amorosa.
Los familiares develaron el misterio de las inclinaciones religiosas de Juan Roa Sierra, revelando su afiliación a la religión Rosacruz y de sus temporadas de reclusión en el asilo de Sibaté. María de Jesús igualmente le comentó a los jueces que su compañero se colocaba frente al espejo con velas y cargaba en su mochila el libro Dioses Atómicos que le había regalado un quirólogo alemán.
En una carta firmada por Luis Roa Sierra el 16 de abril de 1948 y dirigida al diario El Tiempo habló de la dedicación del padre a las labores de ornamentación y defendió el legado de austeridad y modestia recibido de sus progenitores.
Asimismo, explicó las actividades laborales de Juan Roa Sierra como vulcanizador de llantas y defendió su inocencia frente al crimen con el que pagó su vida, alegando que nunca tuvo conocimiento de que su hermano menor “hubiera sido conducido por las autoridadesa a responder por delitos de ninguna naturaleza y de esto pueden dar fe los vecinos de la casa de mi madre, donde él residía y las personas que lo conocieron”.
Pero el recuerdo de la tragedia en la conciencia nacional quedó grabado en la memoria de los colombianos de esa época con las fotografías desoladoras divulgadas en los días posteriores por los diarios El Tiempo y El Espectador, que mostraban los centenares de muertos que cayeron en las calles y plazas de Bogotá por la ola de vandalismo en que desembocó la protesta popular.

Miguel Ángel Flórez Góngora* | Elespectador.com

sábado, 7 de abril de 2012

"Los mataron a todos. Eran más de tres mil, y los tiraron al mar"





Leído el decreto, en medio de una ensordecedora rechifla de protesta, un capitán sustituyó al teniente en el techo de la estación, y con la bocina de gramófono hizo señas de que quería
hablar. La muchedumbre volvió a guardar silencio.

-Señoras y señores -dijo el capitán con una voz baja, lenta, un poco cansada-, tienen cinco
minutos para retirarse.

La rechifla y los gritos redoblados ahogaron el toque de clarín que anunció el principio del
plazo. Nadie se movió.

-Han pasado cinco minutos -dijo el capitán en el mismo tono-. Un minuto más y se hará fuego.
José Arcadio Segundo, sudando hielo, se bajó al niño de los hombros y se lo entregó a la
mujer. «Estos cabrones son capaces de disparar», murmuró ella. José Arcadio Segundo no tuvo tiempo de hablar, porque al instante reconoció la voz ronca del coronel Gavilán haciéndoles eco con un grito a las palabras de la mujer. Embriagado por la tensión, por la maravillosa profundidad del silencio y, además, convencido de que nada haría mover a aquella muchedumbre pasmada por la fascinación de la muerte, José Arcadio Segundo se empinó por encima de las cabezas que tenía enfrente, y por primera vez en su vida levantó la voz.

-¡Cabrones! -gritó-. Les regalamos el minuto que falta.

Al final de su grito ocurrió algo que no le produjo espanto, sino una especie de alucinación. El

capitán dio la orden de fuego y catorce nidos de ametralladoras le respondieron en el acto. Pero todo parecía una farsa. Era como si las ametralladoras hubieran estado cargadas con engañifas de pirotecnia, porque se escuchaba su anhelante tableteo, y se veían sus escupitajos
incandescentes, pero no se percibía la más leve reacción, ni una voz, ni siquiera un suspiro, entre la muchedumbre compacta que parecía petrificada por una invulnerabilidad instantánea. De pronto, a un lado de la estación, un grito de muerte desgarró el encantamiento: «Aaaay, mi madre.» Una fuerza sísmica, un aliento volcánico, un rugido de cataclismo, estallaron en el centro de la muchedumbre con una descomunal potencia expansiva. José Arcadio Segundo apenas tuvo tiempo de levantar al niño, mientras la madre con el otro era absorbida por la muchedumbre centrifugada por el pánico.

Muchos años después, el niño había de contar todavía, a pesar de que los vecinos seguían
creyéndolo un viejo chiflado, que José Arcadio Segundo lo levantó por encima de su cabeza, y se dejó arrastrar, casi en el aire, como flotando en el terror de la muchedumbre, hacia una calle adyacente. La posición privilegiada del niño le permitió ver que en ese momento la masa
desbocada empezaba a llegar a la esquina y la fila de ametralladoras abrió fuego. Varias voces
gritaron al mismo tiempo:

-¡Tírense al suelo! ¡Tírense al suelo!

Ya los de las primeras líneas lo habían hecho, barridos por las ráfagas de metralla. Los
sobrevivientes, en vez de tirarse al suelo, trataron de volver a la plazoleta, y el pánico dio entonces un coletazo de dragón, y los mandó en una oleada compacta contra la otra oleada
compacta que se movía en sentido contrario, despedida por el otro coletazo de dragón de la calle opuesta, donde también las ametralladoras disparaban sin tregua. Estaban acorralados, girando en un torbellino gigantesco que poco a poco se reducía a su epicentro porque sus bordes iban siendo sistemáticamente recortados en redondo, como pelando una cebolla, por las tijeras insaciables y metódicas de la metralla. El niño vio una mujer arrodillada, con los brazos en cruz, en un espacio limpio, misteriosamente vedado a la estampida. Allí lo puso José Arcadio Segundo, en el instante de derrumbarse con la cara bañada en sangre, antes de que el tropel colosal arrasara con el espacio vacío, con la mujer arrodillada, con la luz del alto cielo de sequía, y con el puto mundo donde Úrsula Iguarán había vendido tantos animalitos de caramelo. Cuando José Arcadio Segundo despertó estaba boca arriba en las tinieblas. Se dio cuenta de que iba en un tren interminable y silencioso, y de que tenía el cabello apelmazado por la sangre seca y le dolían todos los huesos. Sintió un sueño insoportable. Dispuesto a dormir muchas horas, a salvo del terror y el horror, se acomodó del lado que menos le dolía, y sólo entonces descubrió que estaba acostado sobre los muertos. No había un espacio libre en el vagón, salvo el corredor central. Debían de haber pasado varias horas después de la masacre, porque los cadáveres tenían la misma temperatura del yeso en otoño, y su misma consistencia de espuma petrificada, y quienes los habían puesto en el vagón tuvieron tiempo de arrumarlos en el orden y el sentido en que se transportaban los racimos de banano. Tratando de fugarse de la pesadilla, José Arcadio Segundo se arrastró de un vagón a otro, en la dirección en que avanzaba el tren, y en los relámpagos que estallaban por entre los listones de madera al pasar por los pueblos dormidos veía los muertos hombres, los muertos mujeres, los muertos niños, que iban a ser arrojados al mar como el banano de rechazo.


Gabriel García Márquez